(publicado en La Diaria: https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2021/9/el-mundo-saludablemente-reversible-de-la-politica-y-el-trabajo/)
Hugo Barretto Ghione*
Cada poco tiempo reaparece
como reproche o sagaz descubrimiento la imputación a un ciudadano por tener
actividad sindical (y eventualmente ejercer una cierta representación de ese
colectivo) y a la vez, expresar una identificación partidaria determinada.
La atribución adquiere tonalidad
cuasi de subversión cuando ese ciudadano además toma la decisión de asumir
responsabilidades en el campo político, al punto que estos críticos estiman que
eso transparenta una especie de regla celosamente oculta de la existencia de un
vínculo estrecho y conspirativo en algún confín entre los sindicatos y los
partidos políticos que debe ser denunciado como si se tratara de una perversión.
La respuesta más obvia que se
ha dado a esta inquisitoria fue recordar que también los empresarios tienen un
tránsito fácil hacia las responsabilidades partidarias y gubernativas.
A veces inclusive se saltean la primera y ocupan, como “outsiders” directamente
la segunda. Buen ejemplo de esto ha sido la honestidad brutal del ex Ministro
de Ganadería, Agricultura y Pesca, Carlos María Uriarte, cuando soltó en el
programa “En Perspectiva” que “desde donde estoy, hoy como gobierno, mi función
es trasladar las necesidades y las opiniones de los productores y tratar de que
sus intereses sean considerados en las medidas que toma el gobierno”, y aclaró
que su papel era actuar “desde el gobierno” como representante “de quienes el
ministerio abarca”. Luego, como sospechó que había ido muy lejos, preguntó al
periodista si no se trataría de una cuestión semántica.
Sin embargo, es posible ver el
problema desde un ángulo distinto, que pueda demostrar de una vez que todo este
alboroto es producto del prejuicio o la ignorancia supina.
Los sindicatos germinaron como
respuesta autónoma del conjunto de los trabajadores a la situación de
explotación a que los sometió el capitalismo industrial en el curso del siglo
XIX (bajos salarios, horarios extensos,
pésimas condiciones de salud y seguridad laboral), así como desde el campo
político, mutual, y religioso surgieron otras resistencias, alternativas y
correcciones a ese estado de cosas.
Las organizaciones sindicales
nacieron por tanto con el doble objetivo, plasmado por una parte en la defensa
de los intereses inmediatos de los trabajadores mediante la huelga y la negociación
colectiva y por otra parte, se trazaron un horizonte más amplio, fundado en
ideologías diversas que llegan hasta hoy mismo, que proyectaban una superación
o trascendencia de la mercantilización del trabajo por trasuntar la
mercantilización de los cuerpos.
El dinamismo y la eficacia de
las mejores experiencias sindicales se explica con base justamente en la
tensión interna de ese juego de objetivos inmediatos y mediatos, ya que la
actividad sindical debe armonizar las urgencias cotidianas de la problemática
laboral (el salario, la organización del trabajo, el impacto de las nuevas
tecnologías, etc) con una cosmovisión más amplia, en clave política, acerca del
rumbo de la economía, la sociedad y la cultura.
Esta en exceso esquemática
síntesis histórica sólo pretende recurrir al origen del fenómeno sindical para comprender
de una vez que los sindicatos no “se meten” en política, sino que “son”
esencialmente políticos. Y si no lo fueran, no cumplirían adecuadamente su
papel de defensa del interés integral de quienes deben trabajar en favor de
otro, ya sea que su empleador se corporice en una empresa tradicional o se
trate de una inmaterial aplicación digital.
Por eso debe verse como
absolutamente natural que un dirigente sindical asuma cargos en la vida
partidaria o en el gobierno, siempre que concomitantemente abandone su
militancia social. Así también debería ocurrir, por ejemplo, con los militares o
los empresarios, que transitan a menudo desde su actividad profesional hacia la
política y nadie parece inquietarse por ello. Quizá el único atributo que deba
salvaguardarse fue el que no tuvo en cuenta el ex Ministro, o sea, que no se
ingrese a la política para representar una corporación sino para brindar un
servicio público para todos (llámese interés general o bien común, depende del
gusto) desde una posición ideológica legítima y determinada.
En puridad, la mayor parte de
los políticos conocen el mundo del trabajo (hay excepciones) y han participado
del mismo ya sea como trabajadores, empresarios, emprendedores,
cooperativistas, profesionales y eventualmente pudieron ser elegidos por sus
pares para representarlos institucionalmente en sus organismos. Son prácticas
profundamente democráticas que a veces parecen minusvalorarse o tomarse como un
componente negativo de los dirigentes provenientes de los movimientos sociales.
Un prejuicio similar aparece
cuando se califica a los paros generales como “políticos”, según se ha aducido
con el ocurrido el pasado 15 de setiembre.
En principio, nada hay que
pueda delimitar con precisión cuando un paro es político o es en defensa de los
derechos de las personas que trabajan, si ese discernimiento fuera plausible.
Corresponde preguntarse si vale el esfuerzo de hacer una distinción de ese
tipo. El purismo no es una característica de la realidad social: los temas
laborales están imbuidos de tintes políticos (repárese por ejemplo en la fijación
del salario de los funcionarios públicos), y las decisiones políticas
comprometen las condiciones de vida de las personas que trabajan (piénsese en
la desregulación laboral que significa la reciente ley de teletrabajo, o el
debate en torno a las medidas de apoyo a colectivos de personas que quedaron
sin ingreso durante buena parte de la emergencia sanitaria del COVID 19).
La inclusión en una plataforma
de postulados inmediatos como el salario más otros que pueden impactar de
manera mediata, como el reclamo de políticas de protección social, de
salvaguarda de instituciones de promoción productiva y reparto de tierras, etc,
complejiza mucho las cosas y hace que la salida de calificarlo de político sea
un recurso... político menor, porque no va a la sustancia de lo que se reclama.
Así las cosas, cualquier
opinión o movilización de los sindicatos sobre el TLC con China o sobre el
Mercosur – ocurrió en el pasado reciente y va a volver a ocurrir, no se
necesita “volver al futuro” – va a generar una respuesta automática, como si
viniera de un algoritmo, de “meterse en política”. Pero pensándolo bien (como
debe pensarse) cualquiera de esas medidas, a mediano plazo, afectará el trabajo
y habrá de arbitrarse políticas (¡otra vez la incómoda palabra!) compensatorias.
Digámoslo con total claridad:
los paros políticos son absolutamente legítimos, como cualquier otro paro,
siempre que su finalidad se vincule con aspectos laborales y no sea
“exclusivamente político e insurreccional” como dice el Comité de Libertad Sindical
de la OIT.
Este organismo especializado
del sistema de Naciones Unidas ha dicho que “Las organizaciones encargadas de
defender los intereses socioeconómicos y profesionales de los trabajadores
deberían en principio poder recurrir a la huelga para apoyar sus posiciones en
la búsqueda de soluciones a los problemas derivados de las grandes cuestiones
de política, económica y social que tienen consecuencias inmediatas para sus
miembros y para los trabajadores en general, especialmente en materia de empleo,
de protección social y de nivel de vida” (Recopilación de Recomendaciones del
Comité de Libertad Sindical de la OIT, c. 359).
La reciente Opinión Consultiva
nú, 27/21 de 5 de mayo de 2021 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
es coincidente con estos criterios cuando expresa que “Respecto a la finalidad
o reivindicaciones perseguidas por la huelga y que son objeto de protección,
este Tribunal considera que pueden sintetizarse en tres categorías: las de
naturaleza laboral, que buscan mejorar las condiciones de trabajo o de vida de
los trabajadores y las trabajadoras; las de naturaleza sindical, que persiguen
las reivindicaciones colectivas de las organizaciones sindicales; y las que
impugnan políticas públicas” (núm. 99).
Habrá en adelante otras
movilizaciones, otros paros y otros dirigentes que transiten los carriles de la
participación democrática entre la política, la economía y la sociedad. Y habrá
también quienes postulen un purismo imposible, poniendo el grito en el cielo en
cada caso. De esos hay que cuidarse: están haciendo política.
* Catedrático de
Derecho del Trabajo y la Seguridad Social de la Facultad de Derecho de la
Universidad de la República