Nikolai Vassilievich Gògol
nació en Soróchinstsi (Ucrania) el 1 de abril de 1809 y murió en Moscú el 21 de
febero de 1852. Sus relatos son modelos clásicos del cuento, alguno de los
cuales reviste tal importancia que se ha atribuido nada menos que a Dostoievski
la frase “todos descendemos de El Capote de Gògol”. El reconocimiento de sus
contemporáneos por su obra en clave crítica, que contribuyó decisivamente a
crear las bases del realismo ruso (un realismo no exento de componentes
fantásticos, como el cuento “La Nariz”) le ocasionó cierto malestar entre los
sectores conservadores de la sociedad con los que (justamente) sentía mayor
afinidad -partidarios del Zar y de la Iglesia Ortodoxa - mientras que fue bien
recibida por los sectores progresistas que pugnaban ya por un cambio social.
En el Cuadernillo de la
Fundación Electra “Derecho del Trabajo y Literatura. El Poder Directivo en tres
Relatos Clásicos” (Gogol, Melville y Kafka), tuvimos oportunidad de analizar el
cuento “El Capote” desde el punto de vista de la significación del trabajo y de
sus apariencias. Decíamos en una parte de las conclusiones que “La pertenencia a un orden social
determinado o a una ubicación precisa dentro del mismo se expresa en ciertas
apariencias simbolizadas por la vestimenta, que opera como sucedáneo de la piel
de los personajes. El poder que invisten las apariencias contribuyen a mejorar
ciertas condiciones de trabajo y hasta dignificar a la persona, pero se trata de una ilusión provisoria o al
menos presenta una gran fragilidad, ya que depende de circunstancias externas
tan baladíes como el hurto o la degradación en el puesto de trabajo. Ese
efímero poder, derivado en última instancia del poder real del empleador, no se encuentra suficientemente sustentado ni
es alternativo como para contribuir a
una efectiva emancipación en el centro de trabajo: mas se parece a una
cooptación lisa y llana”.
Proponemos ahora encarar el
tratamiento que el autor hace de la judicialización del conflicto, el papel de
la conciliación y la exasperante morosidad de los trámites procesales en su
relato “Por qué se pelearon los dos Ivanes”, pleno de humor, sagacidad y una
irónica mirada al mundo de lo procesal como (dudoso) medio de solución de los conflictos humanos.
La referencia a las páginas se basa en la edición de Ático de los Libros,
Barcelona, 2010.
La presente nota analiza el
desarrollo del conflicto y remata con algunas consideraciones sobre cual es el
verdadero escepticismo de Gogol acerca de la justicia procesal, que en una
superficial lectura puede aparecer como una crítica a la demora de los procesos
pero que es a nuestro juicio mucho más importante y profundo.
1. El conflicto latente y el
conflicto puntual entre los Ivanes
La controversia o la “pelea”
entre los dos buenos vecinos y mejores amigos de la localidad de Mirgorod, Iván
Ivanovich e Iván Nikiforovich, es absolutamente incidental y menor: el primero pretende comprar una
escopeta al segundo, quien aduce que la va a utilizar para ir de caza, cosa que
parece harto dudosa. El asunto es que en determinado momento de la discusión,
dice Ivanovich:
-
“¡Hay
que ver, está Ud con la escopeta como un tonto con su caramelo! – dijo Iván
Ivanovich con irritación porque, en efecto, estaba empezando a enfadarse.
-
Y
Ud, Iván Ivanóvich, es un auténtico ganso!
Si
Iván Nikiforovich no hubiera pronunciado esas palabras, hubieran discutido un
poco más y luego se hubieran separado como amigos, igual que en otras
ocasiones, pero en esa ocasión sucedió algo totalmente distinto. Iván Ivanovich
montó en cólera” (p.29).
A partir de ese momento se
desencadena la profundización de esa ruptura de la normalidad de las relaciones
personales entre los protagonistas, aunque bueno es decir que el narrador deja traslucir
la existencia de un malestar o conflicto latente entre los Ivanes, en la medida
que de la discusión puntual afloran reproches mutuos respecto de situaciones
cotidianas que se daban sin que hubieran merecido diferencia alguna entre los
amigos.
El conflicto latente había quedado
subsumido dentro de las diferencias toleradas y nunca expresadas.
Así, por la afectación que
provoca en la dignidad de uno de los ivanes la comparación con un ganso que hace su
antagonista, nos enteramos que los bueyes de Ivanovich pastaran en la estepa
del otro Ivan lo que causaba algún tipo de resquemor ya que le increpa que
nunca los había echado, o la molestia que provocaban los niños de la empleada de
Ivanovich cuando saltaran por la cerca y jugaban en el patio de Nikiforovich,
etc (p.25).
Boaventura de Souza Santos
ha establecido una “pirámide del conflicto” para graficar justamente que las
diferencias pueden encontrar diversos modos de salvarse, comenzando justamente
por la existencia variable de un margen de tolerancia entre los sujetos
individuales y colectivos que hace que no necesariamente se deba recurrir a
procedimientos heterónomos para su resolución.
En el correr de los días, el
conflicto se agrava, dado que ahora si los niños traspasaban la cerca
regresaban llorando con camisas levantadas y “señales de azote en el trasero”.
El asunto tiene su punto de
mayor rispidez cuando “para colmo de
todos los insultos, el odiado vecino construyó un corral para gansos
directamente frente a él, en el punto donde solían saltar la cerca, como para
hurgar adrede en la ofensa” (p. 37).
2. Judicialización del
Conflicto
La sucesión de ofensas entre
los Ivanes lleva a que se apele a la justicia civil para dirimir el conflicto,
planteando en ambos casos, y con breve diferencia temporal, demandas y
peticiones de sanción patrimonial y penal para su contraparte (p.47 y 55).
Lo extemporáneo de la
situación deja perplejos a los funcionarios judiciales que deben recibir el
libelo de los protagonistas:
“-
¡Por Dios y por todos los santos! ¡No doy crédito a lo que oigo! ¿Usted, Iván
Ivanovich, enemigo de Iván Nikiforovich? ¿Es eso lo que han pronunciado sus
labios? ¡Repítalo otra vez! ¡Debe de haber alguien escondido detrás de usted
que le suplanta e imita la voz!” (p. 47).
En más de una oportunidad el
relato muestra el papel de la comunidad social de Mirgorod, que en primer
término no concibe el conflicto entre los amigos, y luego delega en el
comisario y en un vecino virtuoso, Antón Prokofievich, la función de conciliar
los intereses. Ambos componedores empleando estrategias diversas conocen el
fracaso, pero finalmente el cuerpo social termina asimilando la diferencia
entre los Ivanes y encontrando una
manera de reconducirla y permitir la convivencia mediante una especie de
autocomposición consistente en evitar el encuentro entre los contendientes en
las diversas instancias de la vida social, a tal punto que la última tentativa
de acuerdo se produce cuando en un evento social ambos Ivanes son invitados
para presionar a favor de la reconciliación, que se torna imposible.
3. Conciliación y avatares
del trámite judicial
Como quedó dicho, los
intentos de acuerdo fueron en todos los casos infructuosos.
El primero en intentarlo,
por el encargo del juez, fue el comisario, que concurre directamente a disuadir
a Ivan Ivanovich a su casa:
“Ahora,
permítame que le diga una cosa más: me ha encargado el juez, además de todos
nuestros conocidos, reconciliarle a ud, por así decirlo, con su amigo Iván
Nikiforovich.
-
¡cómo!
¿con ese maleducado? ¿Tengo que reconciliarme con ese patán? ¡jamás! ¡nunca lo
haré! Iván Ivanóvich estaba totalmente decidido.
-
Como
Ud quiera, respondió el comisario, llevándose el tabaco a los dos orificios de
su nariz. No me atrevería a darle un consejo, pero permítame que le diga, sin
embargo, que ahora están ustedes peleados, pero cuando se hayan reconciliado…
Iván Ivanovich se puso a
hablar sobre la caza de la codorniz, que era lo que solía hacer cuando quería
cambiar de tema.
Y así, el comisario tuvo que
volver a su casa vacío, sin haber conseguido nada”
(p.67-68).
En medio de lo que se supone era la tramitación inicial del expediente judicial, irrumpe una situación totalmente absurda, en un recurso propio de Gogol que anticipa al surrealismo: una cerda parda penetra el recinto judicial y toma el escrito de Iván Nikiforovich y huye con el preciado material.
“Mientras el juez salía de
sala acompañado por el alguacil y el secretario y los escribanos metían en un
saco las gallinas, los huevos, los panes, pasteles, knish y demás vituallas que
habían traído los solicitantes, entró en la habitación una cerda parda,
corriendo despavorida y, para asombro de todos los presentes, con el hocico
agarró, no un pastel ni un pan, sino la
denuncia de Iván Nikiforovich, cuyas hojas asomaban del extremo de una mesa.
Después, escapó tan deprisa que ninguno de los funcionarios pudo detenerla, a
pesar del aluvión de reglas y tinteros que le arrojaron”
(p. 58- 59).
“el juez, como todas las
buenas personas, era un hombre cobarde. Se dirigió al secretario, pero éste se
limitó a dejar escapar un largo “hummm” entre dientes y a adoptar una expresión
diabólicamente indiferente que debe ser la que adopta Satán cuando ve a sus
pies una victima rendida que acude a él. Solo quedaba una solución: que los dos
amigos hicieran las paces” (p. 72).
La narración del trámite judicial hace innecesario todo comentario, ya que Gogol pone todo el peso de la ironía y el humor absurdo que tenia ya otras muestras en el texto.
“El
proceso procedió entonces con la habitual rapidez por la que es célebre la
justicia. El documento fue sellado, inscrito, se le dio un numero, se archivo y
firmo, todo ello dentro del mismo dia y el legajo se guardó en un armatio en el
que descanso un año, luego otro y aún un tercero. Una legión de novias tuvo
tiempo de casarse. En Migorod se abrió una nueva calle, el juez perdió una
mulela y dos caninos…” (p.72).
“Y solo cuando Iván
Ivanovich recibió feliz anuncio de que al día siguiente se dictaría sentencia,
solo entonces miró afuera y se aventuró a salir de su casa. Pero ¡ay! ¡desde entonces
el tribunal le ha informado diariamente durante los últimos diez años que se
dictaría sentencia “mañana”!” (p. 90).
¿Qué ocurre cuando no es posible la
conciliación ni menos aún hay una resolución judicial que dirima la situación
conflictiva al cabo del tiempo?
El conflicto se acomoda a la realidad y la cotidianeidad y es asimilado por el medio social:
- “Gracias a Dios han pasado
ya dos años desde que se pelearon, me refiero a Iván Ivanovich e Iván
Nikiforovich, y, donde uno va, el otro no pondría los pies por nada del mundo” (p.75).
La justicia como valor queda omitida, sepultada en la burocratez de los anuncios mendaces del pronto dictamen. El conflicto entre los Ivanes no pudo resolverse judicialmente y los protagonistas envejecen y todo se torna mustio en la localidad, cerrándose el relato de una manera escéptica: “¡que triste es el mundo, caballeros!”.
4. El final que no se vislumbra.
La maestria verdadera de Gogol.
Pero hay vida después del expediente judicial. Los Ivanes encanecen y hasta se vuelve dificultoso identificarlos por el ominiscente narrador, que retorna a Mirgorod muchos años después de desatada la diferencia y los encuentra en el templo.
La celeridad habría puesto fin al proceso y
ordenado una forma humana de justicia, es cierto, pero en el fondo a todos nos
queda la sospecha que en definitiva, no habría sentencia capaz de suprimir el conflicto ya declarado y
permanente entre los Ivanes. La intervención heterónoma del juez puede situar la
controversia y la posición estratégica de los protagonistas en una perspectiva
distinta, pero es incapaz de alcanzar una
solución de fondo aceptada por todos, pese a que se respete su veredicto.
La complejidad de ciertos asuntos humanos
parece no tener amparo en los estrados judiciales, induce a pensar Gogol ubicado
detrás del narrador diegético del relato. En eso radica su maestría.