Nosotros y la reforma laboral española
Hugo Barretto Ghione
Un grupo de académicos, de organizaciones sociales y sindicales y de asociaciones de laboralistas latinoamericanos acaban de hacer público un manifiesto en relación a la reforma laboral española, una iniciativa gubernamental que flexibiliza diversos aspectos de la legislación del trabajo de ese país. Como es sabido, la consigna de la reforma es establecer mejores condiciones para el funcionamiento del mercado de trabajo, atribuyendo las dificultades actuales a la “rigidez” de la regulación laboral. Algunos críticos han calificado a las medidas desreguladoras como un “uso antisocial de la crisis económica” y quienes suscriben el manifiesto expresan similares posturas críticas además de expresar su adhesión a la huelga convocada por el movimiento sindical español para el próximo 29 de setiembre.
El término “reforma laboral” en estas latitudes latinoamericanas es una manera de convocar a Belcebú: todavía está fresco el recuerdo de la desregulación imperante en los años noventa. Por otra parte, denota también la previsibilidad del contenido y de las medidas propuestas; todo semeja a cosa ya vista, a película repetida, sin sorpresa ni suspenso, con argumento pedestre y torpe desarrollo. Italo Calvino hablaba, justamente, de aquellos libros ya leídos sin necesidad siquiera de ser abiertos. Es el caso.
Los firmantes del manifiesto se presentan como comprometidos con el progreso del derecho social y reconocen “haber perseguido, en muchas ocasiones en condiciones muy difíciles, el establecimiento de un sistema democrático de relaciones laborales en nuestros respectivos países, en donde la ampliación de derechos sociales y la determinación de un trabajo decente para todos los ciudadanos era un objetivo irrenunciable”.
Aprecian con “con tremenda preocupación los últimos acontecimientos que se han producido en Europa a partir de la llamada “crisis griega” y, muy en particular, la deriva que las políticas económicas y sociales están adoptando en ese continente, que responden a orientaciones ideológicas claramente neoliberales”.
Juzgan muy severamente la propuesta del gobierno español, en tanto sostienen que la reforma “no tiene relación con el recorte del déficit ni con la contención del gasto público, ni busca la recuperación económica”. Por el contrario, “se dirige a otro objetivo: abaratar, facilitar y subvencionar el despido, obstaculizando y debilitando el control judicial del mismo, modificando de manera muy significativa las causas para los despidos objetivos por causas económicas, tecnológicas, organizativas o de producción y sin que se arbitren medidas eficaces para impedir el fraude en la contratación temporal ni se impongan límites eficaces a la misma”. Agregan que se “rompe el sistema de negociación colectiva sectorial a través de su inaplicación en las empresas que aleguen dificultades económicas, da un impulso a la precarización a través de la externalización del trabajo mediante empresas de trabajo temporal en varios sectores sensibles y de riesgo, como la construcción y las Administraciones públicas y liberaliza las agencias privadas de colocación”. En materia de seguridad social se anuncia una disminución de la protección social a través de una regulación claramente regresiva de las pensiones de vejez.
Concluyen solidarizándose “individual y colectivamente, con esta protesta y manifestamos nuestra adhesión expresa a dicho acto de participación democrática y ciudadana que obligue al gobierno español a cambiar de política abandonando esta reforma laboral globalmente regresiva y socialmente injusta”.
Visto desde nuestra comarca, las políticas de desregulación laboral prometieron un aumento del empleo, de la producción y del ingreso de los trabajadores que paradojalmente sólo pudo obtenerse en un proceso de protección y galantismo laboral como nunca antes impulsado, tal como aconteció desde 2005 al momento. Si no fuera un lugar común, podría decirse que la reforma laboral española es “mas de lo mismo” y que tiene un desenlace inevitable. Entretanto, corresponde denunciar el artilugio y trasparentar las verdaderas intenciones de los promotores de esas políticas. Y al final y en definitiva, contra toda monserga, recordar que Ezra Pound recomendaba “dejemos hablar al viento/ese es el paraíso”.
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