lunes, 5 de mayo de 2014

La pasión de leer, los hongos alucinógenos de los libros viejos y los lectores protagonistas en M. Levrero y F. Ozon

Mario Levrero (1940 – 2004) ha ido ganando reconocimiento en los últimos años, paradojalmente, y como suele ocurrir, luego de su muerte. Una recopilación reciente de sus textos denominados “Irrupciones” (Criatura Editora, 2013, publicados originalmente en el semanario Posdata) da cuenta de la labor de Levrero como “librero, guionista de cómics, humorista, creador de juegos de ingenio y crucigramas, además de ser autor de una amplia obra literaria que abarca el cuento, la novela y comprende incluso un Manual de Parapsicología”.

De su conocida adicción por las novelas policiales leídas en libros viejos proviene el  fragmento  que reproducimos.

Dice el autor que “tengo unas novelas policiales que leo y releo y releo y vuelvo a releer. Hasta hace poco tiempo siempre me olvidaba de quien era el asesino, y podía releer tranquilo sintiendo la misma emoción de la primera vez. Ahora, con tantas repeticiones, ya no se me borran tan fácilmente; y en esa última relectura, la actual, no solo me acuerdo de quién es el asesino sino también de la mayor parte de los detalles (…) con todo, creo que no sería capaz de releerlos tantas veces si no fuera por el olor del libro viejo. Que no es el mismo olor del papel viejo; es el papel, mas la goma, mas la tinta. Mas otro pequeño elemento cuya existencia desconocía hasta hace muy poco”.

Relata más adelante:

“Hongos alucinógenos. Eso es lo que, según leí recientemente, se genera en los libros viejos. Pequeños hongos alucinógenos. Microscópicos, desde luego, igual que los ácaros que con ellos conviven entre esas páginas amarillentas. Al parecer, uno respira cerca de los libros y “viaja”. Como efectos secundarios se producirían trastornos respiratorios y, probablemente, cerebrales.
Esta teoría de los hongos alucinógenos me convence. Mi sueño recurrente se explica de una manera perfecta. También explica por qué tantas veces me he quedado leyendo una novela hasta el final. No soy un adicto a las letras, como buenamente se creía, sino más bien a una especie de LSD”

Luego remata:

(…) De modo que Ray Bradbury tenía razón, y en un futuro ahora mucho más cercano es posible que verdaderamente los bomberos se ocupen de quemar libros, en lugar de apagar incendios. Sería la contribución de los bomberos a la lucha contra la droga. Hermanos adictos, vayamos preparando escondites ingeniosos para nuestras bibliotecas”.

Es que contra toda tópica que entroniza al escritor, los “hongos alucinógenos” nos dan una explicación (ficcional) sobre la adicción a la lectura, y en el fondo, nos revela la importancia del lector como copartícipe del “hecho libresco”.

En una entrevista reciente se pregunta al ensayista argentino  Alberto Manguel, autor de “Una historia de la lectura”: Ha escrito que el actor más importante en el hecho libresco –el lector– no tiene su historia. ¿Eso ha cambiado, el lector manda, es protagonista? Como pregunta Denis Diderot y que usted cita en el epígrafe de su libro: ¿el lector es el amo?

Y responde Manguel: “Eso no ha cambiado. Desde el momento en que se inventó la escritura, el lector es el protagonista principal. La escritura no pudo inventarse sin inventar la lectura primero, ya que no puede establecerse un código de escritura sin antes establecer cómo será descifrado. Y el lector sigue decidiendo qué es un texto: el autor no puede hacer más que resignarse. Aunque imagino que muchos autores quisieran poder susurrar al oído de sus lectores: “¡Qué bueno! ¡Esto es un clásico!”.
El lector es, en definitiva, el dueño del relato. En el filme “En la Casa” de Ozon, el profesor de literatura “acompaña” y “crea” los personajes y situaciones con el joven estudiante que se inmiscuye en la vida de una familia burguesa con el pretexto de ayudar a estudiar matemáticas a un compañero de clase y genera un relato en entregas que entrega al profesor (el lector) quien se  sumerge en un compromiso que lo lleva a cometer un grave ilícito a condición de no perder la oportunidad de continuar con la trama del cuento..
La creación del relato por el joven, tan vívido y tan travestido de su propia peripecia, contrasta con el arte aburrido y vacío que exhibe en su galería la esposa del profesor de literatura.
No les cuento más para que no dejen de ver el filme.


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