miércoles, 31 de enero de 2018

Es lo mismo pero no es igual


Productores rurales que se denominan “autoconvocados” vienen realizando movilizaciones de diverso tipo en reclamo de la mejora del tipo de cambio del dólar, la reducción de la plantilla de funcionarios públicos y otros recortes del gasto, la disminución del costo del combustible, etc. El reclamo ha sido apoyado por las principales organizaciones empresariales del Uruguay, incluyendo la industria, el comercio, el transporte, etc.   Lo que sigue es una nota de opinión publicada en el dia de hoy en el matutino La Diaria de Montevideo, sobre otros costados que aparecen en la movilización empresarial.

                                            
Es lo mismo pero no es igual

Hugo Barretto Ghione*


La movilización de productores rurales “autoconvocados” que en estos días ocupa parte de la atención de los medios de comunicación, de los gremios y del gobierno,  parece por momentos sumida en una cierta acumulación de objetivos o reclamos de distinta índole que conviene discernir. Desde una parte de los sectores involucrados se ha tratado de centrar la cuestión en  el discurso sobre la falta de rentabilidad y lo gravoso de la carga impositiva, pero esos postulados que pretenden ordenar y racionalizar la plataforma coexisten con propuestas y puntos de vista que, amplificados por la utilización de las redes sociales – esa especie de asamblea virtual de gremialistas -  permiten conocer con más detalle y profundidad las mentalidades y concepciones de fondo que emergen con llaneza casi naif.

Aparecen así  una panoplia de referencias  críticas a las políticas sociales que implementa el gobierno dichas de la peor manera - por su tono discriminador a los beneficiarios  -  y hasta no ha  faltado  la explicitación de prejuicios con los  inmigrantes de origen centroamericano radicados recientemente, que se parecen demasiado a las posiciones formuladas por ciertas corrientes ideológicas europeas ultranacionalistas. Lo caricaturesco de estas expresiones, que mueven más bien a la risa y el olvido, no debe ocultar que su irrupción en la sociedad uruguaya, tan liberal y pluralista como parece, deja desnuda la eventual  existencia de  resabios del pasado en sectores de la población que son mayormente apoyados en sus reclamos por los partidos de la oposición.

En estas múltiples derivaciones que presenta la reacción de parte de  los productores figura una que merece un comentario con particular detenimiento.

Se trata de la propuesta que en algún momento se hizo valer en las asambleas de productores de realizar  piquetes en la vía pública. A juicio de esos gremialistas, se estaría ante  una acción similar a la que efectúan – esporádicamente, porque no son habituales, contra todo lo que parece - las organizaciones sindicales en ocasión de la huelga.
Si bien la ejecución de la medida por los productores  no se materiallizó y al parecer la idea ha perdido entidad – pese a que no queda claro el alcance que tenga la “vigilia” que se anuncia – no conviene dejar de advertir este acto de verdadera prestidigitación que hace que una medida típica de resistencia y lucha de los asalariados pase a manos de los propietarios o empleadores.

Hay por quienes sostienen esta posibilidad una incomprensión básica  de la finalidad que se les reconoce a las distintas organizaciones sociales o intermedias y de las reglas que regulan su funcionamiento. En principio, debe concordarse en que es elemental para el sistema democrático contar con la  existencia de organizaciones intermedias entre el individuo y el Estado, de modo que a través de ellas el ciudadano pueda postular y defender los derechos e intereses que tiene como participante de ciertos colectivos no solamente gremiales y sindicales, sino  también religiosos, ambientales, regionales, mutuales, etc.

En el marco de la legalidad, esas organizaciones  contribuyen a dotar a la persona de un sentido muy fuerte de pertenencia e identidad con su entorno más inmediato, y sin recaer en corporativismo alguno, aportan dinamismo y una forma genuina de representación sectorial.

Una mirada muy lineal podría llevar a sostener que las distintas organizaciones, como pueden ser  los productores (o sea, empleadores o empresarios) y los sindicatos,  cuentan con instrumentos similares para patrocinar y sostener  sus aspiraciones. Así, en la superficie, parece lo mismo un piquete aplicado por los productores/empresarios en una ruta que otro implementado por  empleados sindicalizados en la puerta de la planta industrial.

Efectivamente, es “lo mismo”, si lo vemos desde el plano de la actividad que desarrollan: los activistas en uno y en otro caso ocupan el espacio público e  informan en general  acerca de sus reivindicaciones, o  incluso pueden, como dice el Comité de Libertad Sindical de la Organización Internacional del Trabajo en relación a las organizaciones de trabajadores,  “incitar abierta, pero pacíficamente, a los demás trabajadores a no ocupar sus puestos de trabajo” , aunque sin obstaculizar de ningún modo su ingreso. En este margen, el piquete “no puede ser considerado como acción ilegítima”, dice la OIT.

Hasta aquí el dato objetivo: observado el fenómeno en su facticidad y sin otra consideración, es “lo mismo” una movilización o piquete en tanto lo ejecute un sindicato o una gremial u organización  de empleadores autoconvocados.

Pero siendo lo mismo, no es igual.

En todos los casos la OIT   ha estimado  que el piquete es una modalidad de la huelga, sujeta en consecuencia al marco normativo  que corresponda en cada país y en las condiciones que establecen sus pronunciamientos. Pero el organismo no hace referencia alguna a las acciones gremiales que puedan patrocinar las organizaciones de empleadores, como son los productores.

Hay una razón de fondo  que explica que no deba recibir un tratamiento igualitario una movilización de sindicatos y una de productores/empleadores como la que se ha planteado en estos días.

Para ello debe repararse en la finalidad específica de los sindicatos y del tipo de representación que ejercen: constituyen una asociación de quienes deben comprometer su trabajo a favor de otro para obtener su sustento y por esa circunstancia ocupan una posición de subordinación en el plano económico que los  hace individualmente  vulnerables frente a las imposiciones de condiciones de trabajo y medidas disciplinarias que pueda aplicar quien está ubicado en una posición de empleador.

Toda la estructura legal montada “a favor” del trabajador - fijación de salarios mínimos, limitación horaria, y en lo que hace al tema de hoy, libertad sindical y medidas de acción gremial  – tiene como fundamento  último esa radical diferenciación existente  entre los sujetos que trabajan de manera subordinada y los que revisten como empleadores, acordando a los primeros una especie de “contrapoder” de tipo colectivo de reconocimiento constitucional e internacional como derecho fundamental.

Como contrapartida de esa diferenciación económica, social y en ocasiones, cultural, el  Estado constitucional en todas partes ha  reconocido instrumentos de presión - como la huelga en todas sus modalidades, que incluye movilizaciones y piquetes pacíficos -  que no pueden ser transpuestos mecánicamente  a otros colectivos sociales como son las organizaciones de productores, sean prósperos o en crisis. Esos medios de acción gremial propios de los sindicatos no han sido graciosamente obsequiados por el aparato jurídico, sino que debieron ser trabajosamente conquistados  en uno de los capítulos más dignificantes de la historia social contemporánea. Son instrumentos de autodefensa laboral en pugna con la mercantilización del trabajo.

El Estado Social del siglo XX a partir de las constituciones de   Querétaro (1917) y Weimar (1919) y en nuestro caso, la Constitución de 1934,  quebró la igualdad formal de todos los ciudadanos cuando reconoció ciertos derechos – la libertad sindical, fundamentalmente –  a favor de aquellos que, siendo iguales en el plano civil y político, debían en el orden económico trabajar de manera subordinada y ponerse a la orden y bajo el poder del empleador.

Por ello no tiene nada de transgresor al orden institucional la realización de huelgas y piquetes por trabajadores dentro del marco normativo vigente, y en cambio la realización de piquetes por empresarios/productores debe ser medida con un rasero distinto,  mucho más riguroso. No tienen necesidad alguna de compensación porque el poder económico que ostentan es suficiente y muchas veces exorbitante.

El desconocimiento supino tanto del dato social esencial, como es la posición “subalterna” del trabajador en la producción y en el mercado, como de la especificidad que por esa causa se le reconoce para la protección y garantía de sus derechos en el constitucionalismo social moderno,  provoca la confusión que adolecen quienes entienden que los medios de acción gremial deban ser “iguales” para “todos”, sean trabajadores o empleadores.

Ubicados en esta racionalidad, poco importa si concurren a sus asambleas y movilizaciones en 4 x 4, como se ha ironizado. Podrían ir a pie, y nada cambiaría. Pero si vamos a hablar de igualdad con los trabajadores deberíamos empezar por otro lado, que no parece ser el favorito de los autoconvocados.



* Profesor Titular de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social de la Universidad de la República

lunes, 29 de enero de 2018

Remedios para protegerse de los profesores “profesionales”


Fragmento del relato “Violonchelistas” de Kazuo Ishiguro (Nocturnos, ed. Anagrama):

“no hay muchos como nosotros, Tibor, y nos reconocemos. Que no haya aprendido aún a tocar el chelo no cambia nada. Tienes que entender que soy una virtuosa. Pero una virtuosa todavía sin destapar. Tú también, tú aún no te has destapado del todo, y eso es lo que he estado haciendo estas semanas. He querido ayudarte a desenterrar esas capas. Pero nunca he pretendido engañarte. El noventa y nueve por ciento de los violonchelistas no tiene nada bajo esas capas. Por eso, las personas como nosotros tenemos que ayudarnos. Cuando nos descubrimos en una plaza atetada de gente, donde sea, tenemos que tendernos la mano, porque somos muy pocos.

Tibor vio lágrimas en los ojos de la mujer, aunque su voz no se había alterado en ningún momento. Guardó silencio entonces y otra vez se volvió para darle el perfil.
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    -- Así que cree ser una violonchelista especial – dijo Tibor al cabo de un momento -. Una virtuosa. Los demás, señorita Eloise, tenemos que armarnos de valor y destaparnos solos, como usted ha dicho, siempre inseguros de lo que encontraremos abajo. Sin embargo, usted, usted no se ocupa de destaparse. Usted no hace nada. Pero está muy convencida de ser una virtuosa.

       --  Por favor, no te enfades. Sé que suena un poco chiflado. Pero es así, es la verdad. Mi madre descubrió mi don enseguida, cuando era pequeña. Por lo menos le estoy agradecida por aquello. Pero los profesores que me buscó a los cuatro años, a los siete, a los once, no eran buenos. MI madre no lo sabía, pero yo sí. A pesar de ser muy pequeña, tenía ese instinto. Sabía  que tenía que proteger mi don de personas que, por buenas intenciones que tuvieran, podían destruirlo. Así que las dejé fuera. Tú tienes que hacer lo mismo, Tibor. Tu don es precioso.
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-      - Perdone – la interrumpió Tibor, con voz más amable ahora -. Dice que tocó el chelo de niña. Pero en la actualidad…
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-          - No toco un instrumento desde que tenía once años. Desde que le expliqué a mi madre que no podía continuar con el señor Roth. Y ella lo comprendió. Admitió que era mucho mejor no hacer nada y esperar. Lo fundamental era no deteriorar mi don. Ya llegaría mi hora. Vale, a veces pienso que se me ha hecho demasiado tarde. Tengo ya cuarenta y un años. Pero al menos no he puesto en peligro lo que recibí al nacer. Con el paso de los años he conocido a muchísimos profesores que han dicho que me ayudarían, pero no les creí. A veces es difícil, Tibor, incluso para nosotros. Esos profesores, son muy….profesionales, hablan muy bien, escuchas y al principio te engañan. Piensas: sí, por fin hay alguien que me ayuda, uno de los nuestros. Luego te das cuenta de que no hay nada de eso. Y entonces tienes que endurecerte y cerrar las compuertas. Recuerda eso, Tibor, siempre es mejor esperar. A veces me siento tan mal por eso, por no haber desvelado aún mi don. Pero no lo he deteriorado y eso es lo que cuenta".

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La lectura veraniega de uno de los relatos de  Nocturnos, el libro de Ishiguro, nos revela el momento en que el joven músico  Tibor recibe con sorpresa la noticia que su mentora Eloisa McCormack – a quien suponía una colega experiente que le escuchaba tocar el chelo y hacía observaciones y comentarios - no había aprendido a ejecutar el instrumento.

Desde el punto de vista de la enseñanza de cualquier disciplina – quizá con mayor razón las artísticas y humanísticas, como el Derecho – lo interesante del  pasaje es que sitúa la trama en el punto de vista del aprendiz o del estudiante, que por lo común ocupa un segundo plano tras el “protagonista” del hecho educativo: el profesor.

Muy por el contrario, en el cuento de Ishiguro los aprendices ocupan el centro del relato, pudiendo verse cómo Eloisa se previene y protege  de los profesores correctos y profesionales, que no hacen sino trasmitir técnicas y conocimientos de manera  homogeneizante y mecánica, sin atender a las particularidades ni desarrollar las potencialidades y talentos de los estudiantes, cuyas cualidades corren el riesgo de quedar sepultadas bajo una espesa capa de recomendaciones, repeticiones, transferencias y lugares comunes provistos por el profesor en una didáctica monótona y sin fin. Los mismos profesores han sido objeto, tal vez, de otras trasposiciones igualmente rutinarias durante su formación docente.

Pero hay más. 

Nótese que cuando hablamos en el párrafo anterior de desarrollar “potencialidades” del estudiante, no lo hacemos de manera antojadiza. Por el contrario, tomamos el término de Eloisa, cuando en otra parte del cuento, al escuchar por primera vez a Tibor tocar el chelo, le dice, justamente,  que tiene una gran …. potencialidad, generando una efímera decepción en el joven músico, que esperaba que ella le dijera “talento”.

La diferenciación no es baladí, porque en la idea que trasmite Eloisa, no basta con el talento, ya que se necesita el maridaje con una enseñanza que sea capaz de tomar ese punto de partida para sacar el mejor partido de ese “don” natural.

La labor del profesor es entonces no asfixiar los talentos innatos sino captar esa singularidad personal y conducir y desatar una energía creativa y si fuera posible, estimular el  “des/aprendizaje” de lo que se  trae aprendido de los profesores profesionales, quienes seguramente han operado a favor de la estandarización del conocimiento en función de certificar y calificar para “salvar” o “aprobar” la asignatura,  como si la trayectoria educativa se tratara de una carrera de obstáculos.

En la enseñanza del Derecho del Trabajo, por ejemplo, tan importante como comprender las claves fundamentales de la disciplina es des/aprender, como condición previa, ciertos saberes adquiridos en las asignaturas “tradicionales” del derecho, como ocurre con el derecho civil y procesal común, que hacen de  la igualdad formal y el excesivo contractualismo un dogma central que debe ser rápidamente puesto en cuestión de manera casi socrática por el docente para construir a partir de esa duda.

Sobre la des/estructuración de los saberes tradicionales puede alcanzarse una comprensión sobre nuevas bases de ordenamiento jurídico como el laboral,   que toma la  igualdad material como meta, según la conocida expresión de Radbruch.

No hay recetas para prescribir la manera de cómo realizar esa tarea esencial del docente, y en esa inefable línea radica, nada más y nada menos, que la diferencia entre un profesor “profesional” al decir de Eloísa, y un profesor “enseñante” si se permite la expresión.

El estudiante es un sujeto activo de la enseñanza – no es esto novedad alguna – pero  lo inquietante del cuento de Ishiguro es que subraya la condición crítica y la necesidad del aprendiz de  desplegar mecanismos de autodefensa ante el saber institucionalizado, tedioso y trasmitido mediante clases muy correctamente dadas pero sin sustancia ni tensión.

Por ello es también muy relevante – el pasaje del cuento es pleno de significados - lo que dice Eloisa cuando exhorta al joven Tibor a “saber esperar” la oportunidad de aprender, una afirmación a contrapelo de toda la corriente pragmática y hasta consumista de acumular certificados,  cursos, títulos, posgrados, tesis, artículos en revistas indizadas, etc, sin otro destino que el de ofrecerse y competir en el mercado.

Dos apuntes entonces sobre este breve párrafo de Ishiguro con remedios para resistir y para  “destapar virtuosismos”: primero, Autodefensa frente a la enseñanza correcta y profesional pero sin carnadura ni pulsión, que no permite desatar las potencialidades,   y segundo, saber esperar para no “deteriorarse” como ha sabido hacer Eloisa a la espera de la mejor oportunidad.

Ishiguro, en esta lectura un poco incómoda para un profesor como quien escribe, nos recuerda todo esto.


Ahora pienso que quizá no sea una buena lectura para el descanso.

sábado, 6 de enero de 2018

Hablemos de la libertad en el trabajo

Va una nota de opinión publicada hoy 6 de enero en la prensa uruguaya (La Diaria). Se trata de una reflexión a partir de una denuncia de violencia en el trabajo por no trabajar por fuera de la jornada legal de labor en que se destaca la importancia del valor "libertad" en la relación de trabajo.

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Hablemos de la libertad en el trabajo
Hugo Barretto Ghione*

Se ha convertido en sentido común hablar de la libertad en el trabajo y de su privación  cuando mediante piquetes u ocupaciones de empresas por sindicalistas se impide el acceso a quienes no adhieren a esas medidas. Existe una jurisprudencia firme que ampara la libertad de trabajo en esas situaciones, ordenando la desocupación inmediata.

Con ser muy relevante esta garantía de los derechos individuales, no es la única dimensión que la libertad en el trabajo presenta en las relaciones laborales.

Las recientes denuncias sobre hechos de violencia  hacia trabajadores rurales,  que tuvieron amplia difusión pública,  generaron informaciones y comentarios de todo tipo, haciendo foco básicamente – con alguna excepción – en la circunstancia misma de la intimidación presuntamente aplicada.  La espectacularidad de los casos  dejó “fuera de cuadro” o al menos no suficientemente tratado,  un costado del asunto que asomó en varios tramos del debate y en ciertas expresiones de alguno de los denunciantes: la mención a que el origen del diferendo estaba en un reclamo del trabajador al empleador por la carga horaria de labor  excesiva y su consiguiente obligatoriedad de cumplimiento si se pretendía mantener el empleo.

Con absoluta independencia de cualquiera de los casos conocidos, a los que no vamos a referir, parece no obstante pertinente desarrollar algunas reflexiones sobre el valor de la libertad de las personas sujetas a un “contrato” o relación laboral, una perspectiva que no siempre se trata ya que en general los enfoques se centran en los derechos que le asisten a quien trabaja subordinadamente y no en el riesgo de afectación de la libertad que conlleva ese tipo de vínculo.

Que el origen de un conflicto individual de trabajo  se sitúe en la negativa del dependiente a laborar más allá de la duración legal de la jornada – aún sin considerar el eventual desenlace que tenga esa imposición  - deja retrogusto incómodo de asumir para quienes  piensan que “en Uruguay eso no pasa”, y que la libertad de las personas en su relación de trabajo no está en cuestión en la era de la “agenda de los derechos”.

El tema surge, además, en un tipo singular de relación de trabajo, ya que la reticencia a la aplicación de las normas de protección social a los trabajadores rurales no es novedosa. 

Obra en estos casos un prejuicio secularmente arraigado que dice que el trabajador rural no puede acceder al derecho de limitación de la jornada por las especiales circunstancias en que se desarrolla su trabajo, dependiente de los ciclos de la naturaleza y de las eventualidades del tiempo. Palabras más palabras menos, fue el ariete argumental que expusieron legisladores de los partidos Blanco y Colorado en oportunidad de la discusión parlamentaria de la limitación del tiempo de trabajo  y descanso semanal en el sector rural,  cuando se opusieron pétreamente a la sanción de la ley N° 18441 en 2008.  No pudieron desembarazarse de una rémora (¿o de un interés?) que  cargan pesadamente desde que la pionera ley  de 1915 de limitara  la duración del trabajo sin considerar el sector doméstico ni el rural. Casi un siglo hubo que esperar para que se reconociera un derecho básico como es la autonomía en el uso del tiempo por parte de todos los trabajadores.

Esa concepción restrictiva tan malamente disimulada en la última campaña electoral, y que por el contrario había sido tan llanamente expuesta por legisladores de los partidos tradicionales,  puede ser reveladora de un modo de ver las relaciones laborales,  signadas en muchos casos por  un paternalismo que todavía no ha dado lugar al pasaje del “patrón” al “empleador”. La modernización de las relaciones laborales, tan pregonada por el empresariado local parece que no llega a todos los puntos del territorio y por ello muy probablemente su ausencia exacerbe la tensión existente por la disputa sobre el empleo del tiempo.

El invento de lo ya sabido

Mirado desde la óptica de los derechos, el acoso en el trabajo – y ni  qué decir la violencia – no solamente constituyen conductas impropias en el plano de la democracia y las libertades de los ciudadanos, sino que,  recluida al campo de la relación individual de trabajo, refuerza notablemente el poder económico y social  del empleador hasta hacerlo potencialmente arbitrario.

Por ello la próxima Conferencia Internacional del Trabajo, en junio de 2018, abordará precisamente el tema del acoso y la violencia en el trabajo con miras a adoptar una norma internacional que trate esa temática, de modo  que pueda contarse con instrumentos de política social que protejan al dependiente de cualquier desborde del empleador o sus representantes.

El ejercicio arbitrario del poder en un contexto de soledad y silencio más el  peso de una tradición alojada hasta en el seno mismo de partidos liberales en lo político pero que revelan posiciones conservadoras en lo social, pueden posibilitar la subsistencia de prácticas que afecten la libertad. En el caso, la imposición de una obligación de mantenerse en la labor más allá de los términos definidos en las normas que limitan la duración del tiempo de trabajo.

Esa eventual obligación de permanecer trabajando por fuera de la duración del trabajo se aproxima al trabajo forzoso en opinión de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En concreto, el organismo tiene definido el trabajo forzoso desde 1930, en oportunidad de adoptar el Convenio núm. 29, que en 1998 incluyó como parte de los principios y derechos fundamentales de los trabajadores, exigibles a todos los países con independencia de si hubieran ratificado esa norma a nivel interno. La expresión “trabajo forzoso u obligatorio”, según este instrumento,  designa “todo trabajo o servicio exigido a un individuo bajo la amenaza de una pena cualquiera y para el cual dicho individuo no se ofrece voluntariamente”.

La pena mencionada puede revestir no solo la forma de una sanción penal, que es la más evidente y brutal, sino que también refiere a la privación de cualquier derecho o ventaja, dice un informe del organismo de hace unos años. “Esto puede ocurrir” dice la OIT, “cuando las personas que se niegan a llevar a cabo un trabajo voluntario se exponen a perder determinados derechos, ventajas o privilegios”. Sucede que el trabajo forzoso no se reduce únicamente a situaciones de esclavitud o similares, sino que, para sorpresa de muchos, según la OIT la obligación de realizar horas extraordinarias bajo la amenaza de una pena es considerada también como una modalidad de trabajo forzoso.

La Comisión de Expertos en la Aplicación de Convenios y Recomendaciones  de ese organismo ha entendido que el trabajo fuera de la jornada ordinaria puede imponerse mediante el temor al despido u otra penalidad. Cuenta George Orwell en “Rebelión en la Granja” que los animales que gobernaban hacían que el trabajo del resto fuera “estrictamente voluntario, pero el animal que no concurriera vería reducida su ración a la mitad”, adquiriendo así el carácter de forzoso por una vía indirecta.

Por eso la Comisión ha dicho también que “si bien el trabajador tendría, hipotéticamente, la posibilidad de liberarse de la imposición de trabajar más allá de la jornada ordinaria de trabajo, la vulnerabilidad de su situación hace que prácticamente no tiene una real opción, obligado por la necesidad de alcanzar al menos el salario mínimo y de conservar su empleo, o por ambas razones”.

Si el origen de muchos  conflictos individuales de trabajo - como los denunciados - se circunscribe a la disputa  sobre el tiempo en términos binarios  “trabajo/no trabajo”; y si además, el debate sobre el trabajo del futuro está plagado de ejemplos en que por obra de la utilización de tecnologías de la comunicación se extienden las fronteras del trabajo hasta contaminar el tiempo libre y el regreso a casa, estamos ante un problema que no se agota en la defensa de un “derecho” tal cual está regulado.

Si en medio rural  y en el sector más tecnologizado  habita una igual  problemática acerca del empleo del tiempo, lo que está en jaque en ambos casos no es solo una forma de reconocimiento del derecho a la limitación de la jornada de trabajo (que puede admitir variantes), sino, fundamentalmente, la defensa de la libertad y la autonomía de las personas que laboran de manera dependiente bajo cualquier modalidad.

La perspectiva de la libertad debería ser más plenamente  incorporada al discurso sobre las relaciones laborales, ya que no conviene que sea pacífica y gratuitamente entregada y confiada a los enfoques neoliberales, como si fueran los únicos posibles. La libertad en el trabajo es cosa distinta que la supresión de restricciones al mercado que pretenden los neoliberales o es mucho más compleja que el mero amparo del no huelguista en caso de ocupación. Pero parecería que esos fueran los únicos espacios donde es admisible hablar de libertad en el trabajo, renunciando al resto de sus dimensiones.

Dicho así, todo resulta bastante obvio, y puede ocurrir que como decía Gabriel Celaya,  nos digan que “lo ya sabido vuelve a ser un invento”. Pero a veces es necesario y no está demás hacerlo.


* Profesor Titular de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social de la Universidad de la República