lunes, 29 de enero de 2018

Remedios para protegerse de los profesores “profesionales”


Fragmento del relato “Violonchelistas” de Kazuo Ishiguro (Nocturnos, ed. Anagrama):

“no hay muchos como nosotros, Tibor, y nos reconocemos. Que no haya aprendido aún a tocar el chelo no cambia nada. Tienes que entender que soy una virtuosa. Pero una virtuosa todavía sin destapar. Tú también, tú aún no te has destapado del todo, y eso es lo que he estado haciendo estas semanas. He querido ayudarte a desenterrar esas capas. Pero nunca he pretendido engañarte. El noventa y nueve por ciento de los violonchelistas no tiene nada bajo esas capas. Por eso, las personas como nosotros tenemos que ayudarnos. Cuando nos descubrimos en una plaza atetada de gente, donde sea, tenemos que tendernos la mano, porque somos muy pocos.

Tibor vio lágrimas en los ojos de la mujer, aunque su voz no se había alterado en ningún momento. Guardó silencio entonces y otra vez se volvió para darle el perfil.
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    -- Así que cree ser una violonchelista especial – dijo Tibor al cabo de un momento -. Una virtuosa. Los demás, señorita Eloise, tenemos que armarnos de valor y destaparnos solos, como usted ha dicho, siempre inseguros de lo que encontraremos abajo. Sin embargo, usted, usted no se ocupa de destaparse. Usted no hace nada. Pero está muy convencida de ser una virtuosa.

       --  Por favor, no te enfades. Sé que suena un poco chiflado. Pero es así, es la verdad. Mi madre descubrió mi don enseguida, cuando era pequeña. Por lo menos le estoy agradecida por aquello. Pero los profesores que me buscó a los cuatro años, a los siete, a los once, no eran buenos. MI madre no lo sabía, pero yo sí. A pesar de ser muy pequeña, tenía ese instinto. Sabía  que tenía que proteger mi don de personas que, por buenas intenciones que tuvieran, podían destruirlo. Así que las dejé fuera. Tú tienes que hacer lo mismo, Tibor. Tu don es precioso.
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-      - Perdone – la interrumpió Tibor, con voz más amable ahora -. Dice que tocó el chelo de niña. Pero en la actualidad…
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-          - No toco un instrumento desde que tenía once años. Desde que le expliqué a mi madre que no podía continuar con el señor Roth. Y ella lo comprendió. Admitió que era mucho mejor no hacer nada y esperar. Lo fundamental era no deteriorar mi don. Ya llegaría mi hora. Vale, a veces pienso que se me ha hecho demasiado tarde. Tengo ya cuarenta y un años. Pero al menos no he puesto en peligro lo que recibí al nacer. Con el paso de los años he conocido a muchísimos profesores que han dicho que me ayudarían, pero no les creí. A veces es difícil, Tibor, incluso para nosotros. Esos profesores, son muy….profesionales, hablan muy bien, escuchas y al principio te engañan. Piensas: sí, por fin hay alguien que me ayuda, uno de los nuestros. Luego te das cuenta de que no hay nada de eso. Y entonces tienes que endurecerte y cerrar las compuertas. Recuerda eso, Tibor, siempre es mejor esperar. A veces me siento tan mal por eso, por no haber desvelado aún mi don. Pero no lo he deteriorado y eso es lo que cuenta".

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La lectura veraniega de uno de los relatos de  Nocturnos, el libro de Ishiguro, nos revela el momento en que el joven músico  Tibor recibe con sorpresa la noticia que su mentora Eloisa McCormack – a quien suponía una colega experiente que le escuchaba tocar el chelo y hacía observaciones y comentarios - no había aprendido a ejecutar el instrumento.

Desde el punto de vista de la enseñanza de cualquier disciplina – quizá con mayor razón las artísticas y humanísticas, como el Derecho – lo interesante del  pasaje es que sitúa la trama en el punto de vista del aprendiz o del estudiante, que por lo común ocupa un segundo plano tras el “protagonista” del hecho educativo: el profesor.

Muy por el contrario, en el cuento de Ishiguro los aprendices ocupan el centro del relato, pudiendo verse cómo Eloisa se previene y protege  de los profesores correctos y profesionales, que no hacen sino trasmitir técnicas y conocimientos de manera  homogeneizante y mecánica, sin atender a las particularidades ni desarrollar las potencialidades y talentos de los estudiantes, cuyas cualidades corren el riesgo de quedar sepultadas bajo una espesa capa de recomendaciones, repeticiones, transferencias y lugares comunes provistos por el profesor en una didáctica monótona y sin fin. Los mismos profesores han sido objeto, tal vez, de otras trasposiciones igualmente rutinarias durante su formación docente.

Pero hay más. 

Nótese que cuando hablamos en el párrafo anterior de desarrollar “potencialidades” del estudiante, no lo hacemos de manera antojadiza. Por el contrario, tomamos el término de Eloisa, cuando en otra parte del cuento, al escuchar por primera vez a Tibor tocar el chelo, le dice, justamente,  que tiene una gran …. potencialidad, generando una efímera decepción en el joven músico, que esperaba que ella le dijera “talento”.

La diferenciación no es baladí, porque en la idea que trasmite Eloisa, no basta con el talento, ya que se necesita el maridaje con una enseñanza que sea capaz de tomar ese punto de partida para sacar el mejor partido de ese “don” natural.

La labor del profesor es entonces no asfixiar los talentos innatos sino captar esa singularidad personal y conducir y desatar una energía creativa y si fuera posible, estimular el  “des/aprendizaje” de lo que se  trae aprendido de los profesores profesionales, quienes seguramente han operado a favor de la estandarización del conocimiento en función de certificar y calificar para “salvar” o “aprobar” la asignatura,  como si la trayectoria educativa se tratara de una carrera de obstáculos.

En la enseñanza del Derecho del Trabajo, por ejemplo, tan importante como comprender las claves fundamentales de la disciplina es des/aprender, como condición previa, ciertos saberes adquiridos en las asignaturas “tradicionales” del derecho, como ocurre con el derecho civil y procesal común, que hacen de  la igualdad formal y el excesivo contractualismo un dogma central que debe ser rápidamente puesto en cuestión de manera casi socrática por el docente para construir a partir de esa duda.

Sobre la des/estructuración de los saberes tradicionales puede alcanzarse una comprensión sobre nuevas bases de ordenamiento jurídico como el laboral,   que toma la  igualdad material como meta, según la conocida expresión de Radbruch.

No hay recetas para prescribir la manera de cómo realizar esa tarea esencial del docente, y en esa inefable línea radica, nada más y nada menos, que la diferencia entre un profesor “profesional” al decir de Eloísa, y un profesor “enseñante” si se permite la expresión.

El estudiante es un sujeto activo de la enseñanza – no es esto novedad alguna – pero  lo inquietante del cuento de Ishiguro es que subraya la condición crítica y la necesidad del aprendiz de  desplegar mecanismos de autodefensa ante el saber institucionalizado, tedioso y trasmitido mediante clases muy correctamente dadas pero sin sustancia ni tensión.

Por ello es también muy relevante – el pasaje del cuento es pleno de significados - lo que dice Eloisa cuando exhorta al joven Tibor a “saber esperar” la oportunidad de aprender, una afirmación a contrapelo de toda la corriente pragmática y hasta consumista de acumular certificados,  cursos, títulos, posgrados, tesis, artículos en revistas indizadas, etc, sin otro destino que el de ofrecerse y competir en el mercado.

Dos apuntes entonces sobre este breve párrafo de Ishiguro con remedios para resistir y para  “destapar virtuosismos”: primero, Autodefensa frente a la enseñanza correcta y profesional pero sin carnadura ni pulsión, que no permite desatar las potencialidades,   y segundo, saber esperar para no “deteriorarse” como ha sabido hacer Eloisa a la espera de la mejor oportunidad.

Ishiguro, en esta lectura un poco incómoda para un profesor como quien escribe, nos recuerda todo esto.


Ahora pienso que quizá no sea una buena lectura para el descanso.

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