Seguidamente
reproducimos una columna de opinión publicada en el matutino “La
Diaria”, de Montevideo, el 25 de junio de 2015. El tema objeto de
tratamiento es la imposición por la actual mayoría del nuevo plan de estudios en la
Facultad de Derecho a través de su aprobación sin discusión alguna
en el Consejo de la Facultad, órgano de cogobierno universitario.
SABER
DE QUE SE TRATA
La
aprobación del nuevo plan de estudios (NPE) para las carreras de
Abogacía y Notariado en la Facultad de Derecho de la Universidad de
la República ha sido objeto de tratamiento periodístico en los
últimos días, debido a las críticas que ha desatado la decisión
de la mayoría del Consejo de la Facultad al adoptarlo “a tapas
cerradas”, o sea, sin discusión alguna en ese órgano. La ausencia
de consultas y de discusión, que motivó fuertes críticas de
agrupaciones de los tres órdenes, había sido precedida por el
rechazo al plan por la mayoría de los estudiantes, que se expresaron
mediante plebiscito del Centro de Estudiantes de Derecho.
La
votación del NPE fue un punto más del orden del día del Consejo,
como si se tratara de un asunto de mero trámite. No fue admitido un
pedido de postergación efectuado por una de las agrupaciones
docentes, con el cual se pretendía habilitar un mínimo espacio de
estudio y reflexión que los mismos autores del proyecto debieron
haber propiciado para jerarquizar su propuesta, legitimarla y
enriquecerla con aportes diversos. La aprobación contó con los
votos de las corrientes fundamentales que sostienen la gestión del
actual decano (“Pluralismo” y “Corriente Gremial
Universitaria”) y de otras dos formaciones con menor presencia,
entre ellas la del propio decano.
La
actitud de imponer el NPE contrasta fuertemente con la asumida por el
anterior decanato de la escribana Bagdassarian, que había modificado
los planes de las otras carreras de la facultad -Relaciones
Internacionales y Relaciones Laborales- contando con la unanimidad de
todos los órdenes en todos los ámbitos universitarios. La ausencia
de voluntad para la búsqueda de acuerdos revela dos aspectos
negativos que a nuestro juicio deben destacarse, ya que generan
preocupación y restan legitimidad al plan.
En
primer lugar, la falta de consulta, que ahora se hace evidente, ha
sido un sesgo persistente en la elaboración del proyecto. En los
fundamentos del NPE, sus redactores se ufanan de haber definido el
perfil del egresado teniendo en consideración las opiniones
recabadas del Poder Judicial y las organizaciones de profesionales,
pero esa módica investigación debió extenderse a la sociedad
civil, de modo de verificar cuáles son las calificaciones y
competencias que requieren de los operadores jurídicos las empresas
y las organizaciones que las representan, los sindicatos y los grupos
de consumidores y de defensa de derechos humanos, así como la
abogacía del Estado en la Administración Central y las empresas
públicas. Tampoco el Parlamento fue objeto de relevamiento, pese a
la opinión de muchos acerca de los problemas técnico-jurídicos que
presentan muchas de las normas aprobadas en los últimos años.
Si
la falta de consulta en el proceso de discusión interno en la
Facultad de Derecho es un déficit serio del NPE, aun más riesgosa
es la paralela carencia de diálogo con los destinatarios de los
servicios jurídicos mencionados, ya que puede provocar un desajuste
entre la enseñanza del derecho y el contexto y las necesidades
sociales existentes. Los modos de aprender, comprender y ejercer el
derecho son esenciales para medir la calidad democrática de la vida
social, y ese objetivo puede verse comprometido por la endogámica
actitud del decano y la mayoría del Consejo de la Facultad.
Hay
quien considera exitoso que a menos de un año de asumir el decano se
haya aprobado el NPE, aduciendo además que es urgente la adopción
de éste para acompasar los tiempos con miras a la discusión
presupuestal.
Pero
la transformación de los planes de estudio en las escuelas de
derecho más prestigiosas desata procesos participativos, que
involucran a los principales actores y nunca se resuelven mediante
mecánicas decisiones tomadas de manera apresurada, sin siquiera
escuchar puntos de vista divergentes, lo que se traduce en una
negación de los beneficios que reporta la crítica y en una actitud
poco universitaria, en definitiva. Tampoco el repentino apuro por la
obtención de recursos presupuestales se puede considerar una razón
seria -parece más bien vergonzante- para que la Facultad de Derecho
modifique sus planes de estudios.
En
segundo término, la falta de discusión del NPE hace que todo
parezca reducirse a una elaboración hecha por unos pocos expertos,
como aparenta haber ocurrido. Hay una lógica profunda y actual en
esa posibilidad, de la que muy bien da cuenta Enzo Traverso en su
libro ¿Qué
fue de los intelectuales?,
cuando señala la sustitución del “intelectual” universalista y
humanista, preocupado acerca de los presupuestos éticos de las
acciones públicas, por el “experto”, que conoce una parcela del
saber y aplica sus soluciones como imperativos técnicos
insoslayables, evidentes e irresistibles, frente a los cuales,
sostiene, no es necesario buscar consenso (lo que implicaría sólo
una pérdida de tiempo) porque él tiene la “ciencia” de su lado.
En definitiva, cabe la posibilidad de que la propuesta del NPE sea
buena en todo o en parte -no pudimos saberlo en el Consejo de la
Facultad de Derecho- pero como les ocurrió a los criollos de mayo de
1810, mientras soportaban una lluvia inoportuna en las afueras del
Cabildo donde se armaba una trama en el cenáculo del poder,
pretendemos “saber de qué se trata”. Un imperativo democrático,
ni más ni menos.
Hugo
Barretto Ghione
Profesor
titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Facultad de
Derecho, Universidad de la República
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