Mario Levrero (1940 – 2004) ha
ido ganando reconocimiento en los últimos años, paradojalmente, y como suele
ocurrir, luego de su muerte. Una recopilación reciente de sus textos
denominados “Irrupciones” (Criatura Editora, 2013, publicados originalmente en
el semanario Posdata) da cuenta de la labor de Levrero como “librero, guionista
de cómics, humorista, creador de juegos de ingenio y crucigramas, además de ser
autor de una amplia obra literaria que abarca el cuento, la novela y comprende
incluso un Manual de Parapsicología”.
De su conocida adicción por
las novelas policiales leídas en libros viejos proviene el fragmento
que reproducimos.
Dice el autor que “tengo
unas novelas policiales que leo y releo y releo y vuelvo a releer. Hasta hace
poco tiempo siempre me olvidaba de quien era el asesino, y podía releer
tranquilo sintiendo la misma emoción de la primera vez. Ahora, con tantas repeticiones,
ya no se me borran tan fácilmente; y en esa última relectura, la actual, no
solo me acuerdo de quién es el asesino sino también de la mayor parte de los
detalles (…) con todo, creo que no sería capaz de releerlos tantas veces si no
fuera por el olor del libro viejo. Que no es el mismo olor del papel viejo; es
el papel, mas la goma, mas la tinta. Mas otro pequeño elemento cuya existencia
desconocía hasta hace muy poco”.
Relata más adelante:
“Hongos alucinógenos. Eso es
lo que, según leí recientemente, se genera en los libros viejos. Pequeños
hongos alucinógenos. Microscópicos, desde luego, igual que los ácaros que con
ellos conviven entre esas páginas amarillentas. Al parecer, uno respira cerca
de los libros y “viaja”. Como efectos secundarios se producirían trastornos
respiratorios y, probablemente, cerebrales.
Esta teoría de los hongos
alucinógenos me convence. Mi sueño recurrente se explica de una manera
perfecta. También explica por qué tantas veces me he quedado leyendo una novela
hasta el final. No soy un adicto a las letras, como buenamente se creía, sino
más bien a una especie de LSD”
Luego remata:
(…) De modo que Ray Bradbury
tenía razón, y en un futuro ahora mucho más cercano es posible que
verdaderamente los bomberos se ocupen de quemar libros, en lugar de apagar
incendios. Sería la contribución de los bomberos a la lucha contra la droga.
Hermanos adictos, vayamos preparando escondites ingeniosos para nuestras
bibliotecas”.
Es que contra toda tópica
que entroniza al escritor, los “hongos alucinógenos” nos dan una explicación
(ficcional) sobre la adicción a la lectura, y en el fondo, nos revela la
importancia del lector como copartícipe del “hecho libresco”.
En una entrevista reciente
se pregunta al ensayista argentino Alberto Manguel, autor de “Una historia de la
lectura”: Ha escrito que el actor más importante en el hecho libresco –el lector–
no tiene su historia. ¿Eso ha cambiado, el lector manda, es protagonista? Como
pregunta Denis Diderot y que usted cita en el epígrafe de su libro: ¿el lector
es el amo?
Y responde
Manguel: “Eso no ha cambiado. Desde el momento en que se inventó la escritura,
el lector es el protagonista principal. La escritura no pudo inventarse sin
inventar la lectura primero, ya que no puede establecerse un código de escritura
sin antes establecer cómo será descifrado. Y el lector sigue decidiendo qué es
un texto: el autor no puede hacer más que resignarse. Aunque imagino que muchos
autores quisieran poder susurrar al oído de sus lectores: “¡Qué bueno! ¡Esto es
un clásico!”.
El lector
es, en definitiva, el dueño del relato. En el filme “En la Casa” de Ozon, el
profesor de literatura “acompaña” y “crea” los personajes y situaciones con el
joven estudiante que se inmiscuye en la vida de una familia burguesa con el
pretexto de ayudar a estudiar matemáticas a un compañero de clase y genera un
relato en entregas que entrega al profesor (el lector) quien se sumerge en un compromiso que lo lleva a
cometer un grave ilícito a condición de no perder la oportunidad de continuar
con la trama del cuento..
La creación
del relato por el joven, tan vívido y tan travestido de su propia peripecia,
contrasta con el arte aburrido y vacío que exhibe en su galería la esposa del
profesor de literatura.
No les
cuento más para que no dejen de ver el filme.
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