Y los amigos siempre se van
Son
viajeros en los andenes
Aunque
uno existe para los demás
(sin
ellos es inexistente)
José Emilio Pacheco
Así imagino a Capón,
buscando andenes para su último viaje, como buscó andenes en su aventura humana
a través de un pensamiento que siguió los carriles del derecho del trabajo (él
insistía en llamarle derecho “Laboral”), la filosofía, la teología y siempre el
compromiso con el prójimo, una palabra que en el autor adquiría toda la
dimensión trascendente que solo él podía darle en nuestro ámbito universitario.
Con Capón aprendí que Teilhard
de Chardin, Jacques Maritain, Amartya Sen, Romano Guardini, Enrique Dussel,
Franz Hinkelammert, Leonardo Boff, su
maestro Goldsmichdt y tantos otros habían escrito sobre derecho del trabajo sin
quererlo, puesto que su inquietud
intelectual sintetizaba esas vertientes venidas del campo del
pensamiento filosófico, social y crítico en una veta latinoamericanista que vertía
en sus esperados, creativos y rigurosos
votos de las sentencias de la Sala VI de la Cámara Nacional de Apelaciones
del Trabajo de Argentina (y digo “rigurosos” en el sentido de proponer una
comprensión totalizadora de la hiposuficiencia del trabajador, pese a que un
punto de vista conservador los
considerara “extrajurídicos”, a lo cual Capón se apoltronaba en su sillón y
respondía a ese positivismo obsoleto diciendo con sorna que “esos tipos son simplemente narradores de normas”).
No sería posible reunir en
un siempre módico inventario las invenciones y aportaciones de Capón Filas a
nuestra disciplina, aunque en ningún caso debe soslayarse el edificio
conceptual de su Teoría Sistémica del Derecho Laboral, que fue su plataforma
intelectual de apoyo para una tarea de constante “aguijonamiento” al
pensamiento asentado en los manuales
tradicionales y en cierta jurisprudencia complaciente, de la que fue irreconciliable adversario. La
teoría sistémica no solo comportó una forma alternativa de estudiar, conocer y
aplicar el derecho laboral, sino que significó un quiebre antitético con los
enfoques formalistas del derecho del trabajo a veces prevalentes en la difícil circunstancia
histórica de los años 80 y 90, pugnando en lucha simbólica en favor de procesos
de transformación social.
Tampoco puede evitarse
mencionar al Equipo Federal del Trabajo, una iniciativa que permitía que sus congresos anuales alcanzaran
todos los puntos cardinales de la Argentina en una iniciativa inédita, propia de quien se
situaba al margen de toda centralidad en
su diversa dimensión, ya sea en lo geográfico como también, y fundamentalmente, en el mundo
académico.
Esa especie de “insularidad”
del pensamiento y la acción de Capón Filas quizá sea la que mejor define su
peripecia y propuesta intelectual y es asimismo su marca indeleble.
Aprendimos mucho, y
seguiremos aprendiendo de Capón Filas en el testimonio escrito y vivo de su
obra. Menos aprendimos de su inmenso coraje, que supo enfrentar – otra vez de
manera independiente e insular – los vaivenes de la dictadura y luego el
vendaval neoliberal del menemismo.
De esa última época,
recuerdo mis visitas a su despacho en la Sala VI, a cuya puerta tenía adosada
una pequeña cacerola, significando así su adhesión a los “caceroleos”, una
forma militante de hacer sentir el descontento con las políticas regresivas en
lo social mediante manifestaciones populares ciudadanas.
Capón fue también un amigo
del laboralismo uruguayo, y cultivó una relación entrañable con Sarthou y
Barbagelata.
Capón, un cristiano
comprometido; Sarthou, un libertario obstinado y Barbagelata, un laico y demócrata
radical, constituyeron, con sus
cercanías y diferencias, una suma aunada por el común propósito del destino
humano de la igualdad.
Al maestro y querido amigo Capón Filas, nuestro recuerdo por siempre, aunque en el andén y mientras se aleja, me estará diciendo, con ese aire desacartonado y anti solemne que tenía “no jodás, Barretto”
(Capon Filas falleció en Buenos Aires el 29 de julio de 2017)
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