CADA MAÑANA se nos informa sobre las novedades del
planeta. Y, sin embargo, somos pobres en historias singulares. ¿A qué se debe
esto? Se debe a que ya no nos llega ningún acontecimiento que esté libre de
datos explicativos.
En otras palabras: ya casi nada de lo que sucede
redunda en provecho de la narración, casi todo en provecho de la información.
Porque si se puede reproducir una historia preservándola de explicaciones ya se
logró la mitad del arte de narrar. Los antiguos eran maestros en este arte,
Herodoto a la cabeza. En el capítulo catorce del tercer libro de sus Historias
está la historia de Samético. Cuando el rey egipcio Samético fue vencido y
tomado prisionero por el rey de los persas Cambises, Cambises se empecinó en
humillar al prisionero. Dio órdenes de hacer parar a Samético al costado de la
calle en la que tendría lugar la entrada triunfal de los persas. Y además
dispuso las cosas de tal forma que el prisionero pudiera ver pasar a su hija
como sirvienta yendo a buscar agua a la fuente en una vasija.
Mientras todos los egipcios se quejaban y se
lamentaban ante este cuadro, Samético permanecía parado solo, inmóvil y sin
pronunciar palabra, los ojos fijos en el suelo; y cuando al poco tiempo vio que
su hijo era conducido junto con otros para ser ejecutado, siguió sin
conmoverse. Pero cuando después reconoció a uno de sus criados, un viejo hombre
empobrecido, en la hilera de los prisioneros, se golpeó la cabeza con los puños
y dio señales del más profundo dolor.
En esta historia se ve lo que es un verdadero relato.
El mérito de la información pasa en cuanto deja de ser nueva. Ella solo vive en
ese momento. Debe entregarse a él y explicarse sin perder tiempo. Pero con el
relato sucede otra cosa: él no se agota, sino que almacena la fuerza reunida en
su interior y puede volver a desplegarla después de largo tiempo. Así Montaigne
volvió al relato del rey egipcio y se preguntó: ¿Por qué el rey se queja recién
al ver a su criado y no antes? Montaigne responde: "Como ya estaba lleno
de dolor, bastó un mínimo incremento para que éste rebalsara". Esa es una
forma de entender la historia.
Pero ésta también también admite otras explicaciones.
Cualquiera puede trabar conocimiento con muchas de ellas, si plantea esta
pregunta en el círculo de sus amigos. Uno de mis amigos dijo, por ejemplo:
"Al rey no lo conmueve el destino de lo monárquico; porque ése es el
suyo". Y otro: "En el escenario nos conmueven muchas cosas que no nos
conmueven en la vida; este criado solo es un actor para el rey." Y un
tercero: "El dolor intenso se acumula y solo sale a la luz cuando la
persona se distiende. El reconocer al criado fue la distensión". "Si
esta historia hubiera sucedido hoy", dijo un cuarto, "entonces en
todos los diarios diría que Samético quiere más a su criado que a sus
hijos". De lo que no caben dudas es de que todos los periodistas la
explicarían en un abrir y cerrar de ojos. Herodoto no la explica ni con una
palabra. Por eso esta historia del antiguo Egipto puede provocar asombro y
reflexión aún hoy, después de milenios. Se parece a las semillas que durante
miles de años estuvieron herméticamente cerradas en las cámaras de las
pirámides y conservaron su fuerza germinadora hasta el día de hoy.
WALTER BENJAMIN (Berlín, 1892-Port Bou, 1940). Uno de los pensadores más
influyentes del siglo XX, escribió diarios, apuntes y relatos, además de
ensayos.
(de El Pais
Cultural, Uruguay, enero 2014)
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